He vuelto habiéndome dado cuenta de una cosa: no es necesario contabilizarlo todo. Es por eso que yo posteaba todos esos textos, para no perderlos de vista. Pero pese a mi obsesión los perdí de vista igual. Por eso me propuse cambiar el aim de este blog. Voy a narrar algunas cosas, alguna reflexión, no sé muy bien todavía, y de seguro les compartiré alguna cosa que me haya interesado. ¿Quién lo iba a decir?, me asemejo a Montaigne y a sus ensayos.
RODRÍGUEZ, de Francisco Espínola. Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los sauces de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento... y se le apareó. Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le sobresalían. A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba. -¿Va para aquellos lados, mozo? -le llegó con melosidad. Con...
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